sábado, 3 de septiembre de 2011

Más visitas al médico

Hay ocasiones en que parece que uno esté gafado. El pasado 29 de julio iba yo acoplado en mi manillar de contrarreloj, enchufado hacia Guaza, cuando de pronto me ví volando por los aires sin una razón aparente. Luego me di cuenta de que al pasar por unos baches el acople se había movido, tirando del cable del freno delantero. El golpe mayormente en el hombro izquierdo y mano derecha aparte de diversos rasguños. En principio nada roto y, aunque la radiografía parecía indicar que podía haber una fisura en la mano, ésta no me dolía. Ah, y menos mal que llevaba casco.
De esta guisa me fui de viaje a Hawaii, tocado pero de una pieza. Allí, alojado en casa de mi amigo Ernesto, rodeado de Budas y en medio de una paz total lo último que me apetecía era ir a entrenar, como mucho un poco de yoga. Así que pasé dos semanas más de reposo físico y mental.
A la vuelta me lo tomé con calma, abandonando la idea del half-challenge de lanzarote pues ya no me quedaba tiempo para prepararme. Básicamente nadar como preparación para la travesía del río. Pero con lo que no contaba era con la fuerza sur que entró esta semana. Así que cambié la natación por el surf y el windsurf.
Y ahí vino la segunda: pinché la proa del tablón en un take-off y salí disparado atravesando la capa de agua y golpeando con la cabeza en el fondo de arena. El crujido de las vértebras del cuello me acojonó. Me ví postrado en la cama aprendiendo a escribir con la boca. Pero una vez más escapé. Nada roto.
Finalmente, mi médico ha confirmado que la clavícula me seguirá dando guerra durante varios meses y de por vida quedará algo más elevada que la otra; el metatarso del cuarto dedo de la mano derecha estaba efectivamente fisurado; y en el cuello me ha quedado una contractura de caballo. Tratamiento: paciencia y fisioterapia.
Vaya, que espero que aquello de que no hay "dos sin tres", y de que "a la tercera va la vencida" no se cumpla.

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